EN LA RUTA DE LA EXCELENCIA.
(Relato Pedagógico)
Por: Domingo G.
Espitia.
“Educar a un niño no es
hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía”
Jhon Ruskín
Podría resultar normal,
para cualquier tutor, que después de
acompañar a una Institución Educativa en sus procesos de cualificación docente
y académica durante dos o más años continuos empiece a experimentar lo que algunos
expertos llaman “El síndrome de burnout”,
que no es otra cosa distinta – dicho en palabras castizas- que el síndrome del quemado, es decir, del profesional (para nuestro caso el
docente) que siente que ya lo ha dado todo y que no tiene más para ofrecer, con
las detestables implicaciones emocionales y de autoestima que ello
conlleva. Esto, para echarle más sal a
la herida, podría estar ocurriendo en doble
sentido: del tutor frente a la institución acompañada, o del docente
focalizado frente al programa e, incluso, frente a su labor diaria.
Pero, ¿qué puede
incidir para que se llegue a tal situación?. Fidalgo Vega (2.006) plantea que
este problema es ocasionado por la exposición a estresores laborales, cansancio emocional, despersonalización y baja
realización personal. Sentir, por ejemplo, que no se avanza en el proceso
de mejoramiento con los docentes acompañados, que se está aún lejos de la meta
propuesta, que se cierra el abanico de posibilidades y estrategias para motivar
a los docentes (o automotivarse uno mismo) o que cada acción adelantada o
ejecutada con los docentes de las comunidades de aprendizaje no cumple con las
expectativas previstas, podría explicar, al menos un poco, lo arriba expuesto.
Pues bien,
contextualizado a grandes rasgos el asunto e identificado el problema es preciso
plantear entonces la pregunta del millón: ¿qué
se puede hacer para evitar caer en el síndrome de burnout?, partiendo de la
consideración que es más importante siempre lo preventivo que lo
paliativo. Interrogante este que se
dejará simplemente planteado, por lo pronto, pero que con toda seguridad se
retomará más adelante; ésto, con la intención de hacer algunas obligadas
precisiones.
La primera de ellas es
que no es este un ejercicio de escritura de estricta condición autobiográfica;
les ahorro, de paso, con esta afirmación que lleguen a la lógica deducción de
creer que ha sufrido el autor del texto del síndrome en mención; de hecho, he
estado por fortuna lejos de ello, pero no de la preocupación de padecerlo en
cualquier momento, que es, en suma, la motivación principal para escribir sobre
el tema.
La segunda, y no menos importante, es
personalizar un poco la contextualización de las ideas planteadas, en el
sentido de dar a conocer que esta reflexión surge, básicamente, de la
valoración, muy objetiva, del acompañamiento realizado a la Institución
Educativa Paulo VI de la ciudad de Lorica, Córdoba, en la que he alcanzado a
desempeñar, desde hace tres años, el rol de tutor del programa Todos a
Aprender, del Ministerio de Educación Nacional.
En esta institución, como muy seguramente en las demás instituciones
educativas focalizadas del país, se han desarrollado importantes acciones,
desde la estructura formativa propuesta por el programa que comprende algunos
componentes básicos como son: el componente pedagógico, el componente de
formación situada, el de gestión educativa y el componente de condiciones
básicas.
Los objetivos a
alcanzar, tanto en la institución objeto de este análisis, de manera personal,
como a nivel del programa han estado siempre claros desde un principio, los
cuales más que buscar que un porcentaje importante de estudiantes (25% para ser
más exactos) migren de los niveles más bajos de desempeño en las pruebas de
estado, hacia los dos niveles más altos, pretende que, a sabiendas de que no es
una tarea del todo fácil, se comience a consolidar en las instituciones
educativas una cultura del mejoramiento
continuo, o, como bien lo ha planteado la nueva gestión ministerial: “de la
excelencia docente y académica”. Cabe anotar, al respecto, que en buena
hora se incluye el tema de la excelencia
(de forma decidida y sin tapujos) en el discurso educativo nacional, puesto
que, se supone como algo obvio que no se pueda llegar a un determinado punto si
no se ha planteado siquiera, antes, como una meta, y que en este momento sea
este el discurso que se maneja en la agenda del Ministerio de Educación
Nacional da entender que es una meta a la que se quiere llegar sin reversa
alguna.
Si bien es cierto, que
en la gestión de acompañamiento a las Instituciones Educativas se siguen
algunas directrices del programa que se convierten en un patrón; es también
innegable que cada institución, como consecuencia de su dinámica propia y sus
particularidades, va definiendo su “ruta de mejoramiento”, su propia
bitácora de calidad, que hace, finalmente, que avancen, de igual manera, a su
propio ritmo, alguna más que otras, como ocurre, haciendo la analogía, con los
niños y niñas en un aula de clase, una característica, en última instancia, de
la condición humana.
Coadyuvar para que los
procesos educativos adelantados, en el marco del programa y fuera de él, en la
Institución Educativa Paulo VI afiancen el mejoramiento buscado, ha sido, desde
siempre, un reto propuesto de manera decidida en este rol de tutor, que ha contado
con la buena fortuna de trabajar con un Rector significativamente comprometido
con los procesos de calidad, admirablemente cualificado y con una disciplina y
organización de reconocida eficiencia; encontrar, de igual manera, a unos y
unas docentes que, a pesar de la edad (en la mayoría de ellos) y de pertenecer
al viejo estatuto han acogido con la mejor actitud posible el programa y
demuestran, en el día a día de su labor, un grado alto de compromiso y de
búsqueda permanente de la calidad en todos los procesos llevados en sus aulas
de clase.
En la Institución
Educativa en mención se ha llevado a cabo el proceso de acompañamiento
cumpliendo, en un porcentaje signifivativo, con las acciones propuestas en el
programa: planeación de clases, uso de los materiales educativos, uso
pedagógico de los resultados de evaluación, acompañamiento a la gestión
educativa, entre otros; buscando siempre que cada una de estas acciones o
estrategias se convirtiera en la punta de lanza, en el detonante que disparara
el mejoramiento buscado a través del empoderamiento de los docentes; no obstante, ninguna de ellas alcanzó el impacto que la Formación
Autónoma ha alcanzado. La realización, a la fecha, de dos jornadas de
formación, con la participación importante de todo el colectivo docente, donde
se observa a maestros facultados y comprometidos con su cualificación,
participando activamente y de forma voluntaria, compartiendo sus saberes,
documentándose acerca de un determinado tema, o cumpliendo finalmente con los
productos solicitados dan cuenta, sin duda alguna, de que se está en el camino
correcto, y que estas actividades de autoformación confirman que la Institución
Educativa Paulo VI emprendió, de manera definiva, su propio camino hacia la
excelencia académica y docente.
Pero, qué tiene que ver todo esto con el efecto
burnout? (Retomo, como se había señalado, el tema inicial). Sencillo: el haber encontrado una actividad o
estrategia que motive y comprometa a todo el equipo docente, que aclare los
objetivos, que afianze la confianza, que dinamice el trabajo colaborativo y
haga evidente la intención decidida de todos por mejorar, es, en suma, un
mecanismo para evitar padecer dicho síndrome, y mejor aún, para lograr aclarar
la ruta de la Institución Educativa hacia la calidad.
El asunto es que,
palabras más, palabras menos, en la medida que se logren desarrollar
actividades que les resulten pertinentes y significativamente motivantes a los
docentes, como ocurre en la Institución Educativa Paulo VI, se estará
afianzando de manera considerable el fortalecimiento de los procesos educativos
que llevarán a la misma al nivel de calidad buscado, que es lo que se ha venido
evidenciando en la institución en mención durante los últimos acompañamientos y
en la implementación del “Plan de Formación Autónoma Institucional”.
La estrategia sugerida
entonces, para finalizar, comprende algunos criterios que se deben tener en
cuenta durante los acompañamientos con el fin de dinamizar los procesos, de
evitar padecer el síndrome de burnout y de encontrar la anhelada ruta de la
excelencia académica, entre estos podemos destacar los siguientes:
- Objetivos: debe existir
claridad permanente acerca de los objetivos que se persiguen y total sintonía
entre los objetivos personales, los de la institución, los del programa y los
del país. Además de estar claros, estos objetivos deben ser conocidos por
todos.
- Enfoque: existiendo
claridad en lo buscado, en las metas propuestas, se debe mantener
permanentemente el enfoque en las mismas; cada decisión y cada acción que se emprenda
ha de partir de esa consideración; es decir no perder de vista hacia donde
queremos ir.
- Liderazgo: tres (3) tipos
de liderazgo se deben afianzar en la institución educativa: el del Rector, como
cabeza visible y fundamental del proceso; el del Tutor, como motivador y
dimamizador de las estrategias; y finalmente, el de algunos docentes, que se conviertan
en un bastión de apoyo. Estos tres liderazgos afianzados contribuirán
enormemente en la buena marcha del proceso y los logros buscados.
- Motivación: aunque es un
criterio al que le ha faltado mayor atención por parte del programa; es
fundamental que se repiensen las acciones y estrategias que se pueden llegar a
implementar para mantener de forma importante la motivación en el docente.
-Retroalimentación: la
revisión constante de lo que se hace, su valoración objetiva, libre de
justificaciones malsanas y subjetivismos nos lleva a replantaer las acciones o
tomar decisiones de mejora durante el proceso.
- Confianza: confianza en el proceso,
confianza en el maestro, confianza en lo que se hace; es determinte para que se
consoliden las acciones y estrategias adelantadas.
-Mentalidad y discurso:
los logros en cualquier empresa que se emprenda dependen, en gran medida de la
actitud, de creer que es posible alcanzar las metas propuestas y de que exista
uniformidad en los discursos de todos los actores. Es necesario que si se persigue la excelencia
académica y docente en las instituciones educativas, ésta, haga parte del
discurso de cada docente, de cada estudiante, del personal administrativo, de
los padres de familia y, desde luego, de los directivos.
Estar atentos al
cumplimiento de estas sugerencias podría significar, como ya se mencionó,
espantar al síndrome de “burnout”, fortalecer los procesos y encontrar la “ruta propia de cada Establecimiento Educativo hacia la excelencia”.
Domingo Espitia P.
Tutor Programa para la
Excelencia Docente y Académica “Todos a Aprender”
Lic. En Español y
Literatura
Esp. En Planeación
Educativa y Planes de Desarrollo.
Lorica, Córdoba
Noviembre de 2.014
Si la lectura te sugiere algún comentario, por favor, déjalo acá.
ResponderEliminar